30 de octubre de 2010

El crimen supersónico

In memoriam E. A. P.
ADVERTENCIA
Como en toda elucubración literaria de carácter policial, aquí hay un crimen. Asimismo, hay alguien (o algo) que mata a otra entidad recíproca cuyo devenir, por cuestiones de lógica existencial, muere. Por lo tanto, es necesario advertir que, sobre el final, se encontrará con la muerte inexorable del relato mismo, y de todo lo que éste contiene.
EL RELATO
Recóndito y absolutamente discreto para ser sincero. Así fue como se pudrió todo. Primero con un sonido sordo que esparció las ondas de aire hasta llegar a los tímpanos del mono; luego, un susurro abstracto, imperceptible, acariciándole la mente. El mono piensa. Imagina que se convierte en hombre. Y entre los gritos lacerantes de la jungla y las lianas desoladas, se queda colgado de una idea.
Visible y para nada humilde, si es que no fuera verdadero. No es así como se soluciona algo. En última instancia, hay que callar hasta volverse afónico y aspirar todas las ondas de sonido para que el roce no las desgaste. El hombre calla. Piensa que alguna vez fue mono. Y más allá del cemento queda solo frente a la ficción de la jungla que, esta vez, no perdona.
EL FIN


5 de julio de 2010

De voces, palabras y hacedores

.—¿Qué hace esta gente, don?

.—Muy simple —contestó el tipo rascándose la nuca—. Naufragan en el mar que va del dicho al hecho.

2 de julio de 2010

Mis perras noches

Me despierto por la madrugada y, casi para distraerme, saco a pasear las perras. Me gusta hacerlo a estas horas, cuando la quietud de las calles emparda el silencio profundo de las almas de casa y el párpado nocturno descansa aún sobre un cielo estrellado, cerrándolo todo.

Las perras no paran de caminar ni de atender sus asuntos y, como sólo tengo que guiarlas, me pongo a pensar en el sueño de anoche, en el sueño que me dejó sin sueño. Demasiados muertos, muertos reales, no me refiero al 90 ni al 48, sino al 47. Mucha gente que ya pasó al otro lado y que existe solamente en mis pesadillas.

Afortunadamente, soñar con muertos alarga la vida. Pero en mi caso también acorta las noches, y me deja solo en medio de tanto silencio, enterrado en el gran serenterio de una ciudad vacía. Por eso, y casi para distraerme, me dedico al ejercicio de ponderar el absurdo y descubro que soy tan poco dueño de mis perras como de la existencia misma.

La perras y la existencia me entretienen en esas noches en las que no logro conciliar el sueño, no puedo negarlo: me reciben al llegar a casa, me despiden cuando me voy, me acompañan en los días de lluvia y encierro. Empero, yo creo que las saco a pasear todos los días y son ellas las que me sacan a pasear.


Entonces cuando menos me doy cuenta, cuando miro el reloj y me digo que la caminata ya fue suficiente, las muy perras no me quieren seguir. Empiezan a correr como locas, a juguetear haciendo caso omiso de mis gritos, a tratar de distraerme por cualquier medio. A veces, incluso, se muestran decididas a no volver sin antes revolcarse de espaldas en la osamenta. (Es que disfrutan de ese olor a muerte, el mismo que, vedado por la inconsciencia de su infinito presente, les confiere un goce sin grietas y solo comparable con la eterna oscuridad de nuestras noches.)

15 de junio de 2010

Embutido de Dunsany


"La traducción es como la morcilla: si la gente
supiera cómo se hace no la consumiría nadie"
César Aira

(algunos ya se enteraron...)

Este es un embutido realizado con el texto "The Raft-builders", del Ilustrísimo Lord Dunsany. Que el lector pruebe y dictamine sobre cuestiones de gusto: ya está escrito.

Los balseros
Los que escribimos inútilmente parecemos navegantes construyendo balsas a toda prisa sobre barcos condenados al fracaso.
Al naufragar por el peso de los años y hundirnos en la eternidad con todo lo que tenemos, nuestros pensamientos quedan flotando lentamente como balsas a la deriva en El Mar del Olvido. La marea no les permite llevar demasiado, apenas un nombre, una o dos frases y alguna que otra cosa insignificante.
Los que escriben por comercio y con ansias de satisfacer sus caprichos diarios son como navegantes construyendo balsas sólo para calentarse las manos, y para distraerse de los malos pensamientos que evoca ese fracaso certero. Sus balsas se vienen a pique mucho antes del naufragio.
Veo el Olvido brillando alrededor, ciñéndome por todos lados, con una quietud más funesta que la tempestad. El agua ni siquiera se inmuta ante la quilla de los barcos. El Tiempo pasa nadando por debajo como una ballena monstruosa y, como una ballena también, se alimenta de nuestras cosas, de las melodías y las canciones que supimos cantar en esos viejos atardeceres de gloria. De repente, el Tiempo salta sobre las olas y destroza barcos enteros al golpear el agua.
Veo las ruinas de Babilonia flotando a la deriva y algo por allí que alguna vez fue Nínive, con sus reyes y sus reinas aún sumergidos entre el follaje submarino que crece tras los siglos, que oculta la vieja y empapada arquitectura de Tiro y envuelve los edificios de Persépolis en la más profunda oscuridad.
Entre los restos, sólo alcanzo a distinguir las formas de antiguos buques que descansan en el fondo del océano, todos engalanados con coronas.
Nuestros barcos nunca fueron dignos de estar en el mar.
Allá va flotando la balsa que construyó Homero para Helena.

30 de mayo de 2010

Una nada sola no puede hacer hombres

Los hombres descuentenados pisaban la tierra húmeda y decían “tierra”; miraban los pájaros gritar y decían “pájaro”, tapaban sus ojos al mirar el cielo del mediodía y con una sonrisa en el rostro se decían unos a otros: “sol”… Pero uno de ellos se despertó un día sobresaltado por un mal sueño y, sin querer, articuló la palabra “sueño”. Al día siguiente todos dijeron “ayer” y con el paso del tiempo cantaron bajo la luz de la luna para recordar las noches antiguas y celebrar las lluvias, mientras unos monos parlanchines miraban desde los árboles y repetían asombrados lo que los hombres decían.