16 de junio de 2011

Cuatro tristes tigres

Alguien dijo (creo que fue el Che, pero por las dudas no me juego) que de los viajes uno nunca vuelve el mismo. No sé si puedo creer en eso, pero sí puedo decir que lo siento. Lo siento por el Che, que parecía ser un buen tipo. Eso sí, por estos momentos (y me refiero a un presente tan exacto como la inasible gota de tiempo en la que se resbalan estos segundos) estoy más revolucionado que nunca. Y ahora me estoy dando cuenta de que el tipo también debió saberlo; como el eterno revolucionario que dijo: "hasta la vuelta, siempre".

La revolución, al igual que el viaje, es mental, es psicológica, y no ha de ser nada más que eso: la eterna interpretación de un sueño atrapado en el sueño. ¿Acaso habrá que aprender de los planetas, que revolucionan sobre su propio ombligo sin punto de partida en un colmo de narcisismo astronómico (el big bang, como se sabe, no es más que un estruendoso cuento)?

Gracias por todo, Guevara. A su salud, Rivera. Quiero vale cuatro, lector. Usted y yo, de punta y hacha, hemos completado la vuelta a este nimio texto y redondeado juntos el guarismo del título.