26 de marzo de 2010

Tres títulos sin sentido para un texto que no dice nada: "El sueño trunco", "La encrucijada", "El general no tiene quien lo siga"





A modo de epígrafe:

"¡Siga, siga!". Francisco Oscar Lamolina

"Siga el baile, siga el baile...". Carlos Warren

Es en vano, no hay con qué darle: estoy de nuevo acá, parado en el medio de la plaza San Martín, tratando de decidir por dónde sigo. En el centro, la estatua del general que me supera en altura, cabalgando en su caballo inexorablemente blanco con la oriflama de los Andes en la mano, indicándonos el camino. Los próceres son próceres por eso, por ir siempre adelante. Un palíndromo sirio lo será mañana, estoy seguro, por haberse puesto a la vanguardia en su época de aspiraciones y habernos instado a seguirlo. Y dicen, mejor dicho, siguen insistiendo con eso de que pisar mierda trae suerte.

Será por eso que no me decido: la superstición afirma que el lado del culo trae mala fortuna, que hay que pasar por la boca. No por temor a ser estercolado en el acto, convengamos que la escultura ecuestre es de bronce y no conserva nada de vida. Pero yo sé que ambos orificios son sólo vértices de un tetractys temporal hacia el olvido, y que la boca de tiempo que descansa en el suelo es el tercer punto de la mística figura. Abertura caníbal, umbral a lo desconocido. No paso por ahí ni en pedo, no soy geófago ni me chupo el dedo. Mejor me quedo a dormir acá, en el medio de la plaza. La encrucijada también ofrece la opción de no tomar ningún camino y de quedarnos esperando hasta que pase el último grano de arena. Tal vez así pueda seguir soñando; porque aunque sé que no toda es vigilia, me agota estar todo el tiempo con los ojos abiertos. Eso sí, que el último que se acueste no se olvide de poner el despertador, no vaya a ser cosa que sigamos de largo.



ANILEM, el vocablo irreversible

¿Qué cosas más tardías podría concederme el tiempo?

Un momento azaroso que se vislumbra entre las horas

tanto más que un descuento de añoranza y voluntad sentida.

Algo querrán decir, entre las líneas, debajo de ellas

en las palabras que no están escritas y que sin embargo se empecinan

por salir hasta la puerta, para mirar el sol de frente, para esputar

contra el silencio

como si fueran el último símbolo de un abecedario perdido, lleno de letras.

Hay un reproche de piedra caliza en el fondo del día

Hay un decir y un escucharnos de a poco, en silencio

Hay un pretérito esponjoso que no para de estrujar lágrimas rezando estampidas de palabras

Hay una mar

Hay un te quiero

Hay de todo menos, de mucho más, de poco nada

y de la nada se cuela un viento encendido y en ése fuego respira el llanto

Hay vos

Hay yo

Hay algo más que dos

¿Hay amor?

Hay que pensar sin elementos

Hay que nadar hasta el ocaso

Hay que morir

Hay una manta en el pecho

Hay una rosa flaquita

y hay muchas más creciendo

Hay unos labios que sólo llegan a un par

Hay un murmullo

Hay un resabio de fiesta

Hay un vaso, una botella, hay un ardor

y hay otro par de labios

que esperan por siempre ese trago

el ansiado

el final

el que indudablemente siempre

seguiremos tomando.

12 de marzo de 2010

Los Gúos o Avatar Reloaded

Los Gúos son una tribu de recuerdos ancestrales con costumbres atávicas y esculturas milenarias. Cada tanto, emprenden viaje por los ríos de la memoria o se internan en la selva de la nostalgia para cazar algún momento salvaje o recolectar unos pequeños frutos llamados “anécdotas”, con los que preparan un jugo delicioso y muy estimulante.

Por desgracia, la población de los Gúos se ve amenazada hoy en día por el avance y el progreso de otra civilización mucho más poderosa: los Olvidos. Estos seres borran y depredan cuanta cosa se les ponga delante. Para ellos no hay memoria, ni nostalgia, ni recuerdo que valga la pena preservar. Todos debemos considerarnos antigúos y, en mayor o menor medida, descartables.

7 de febrero de 2010

Imperioso camino


Voy a quebrar una nota que bajé de mi garganta

un sonido mental e insípido cuya tonalidad se ha

perdido en el viento

La descuelgo de un canto simple, concreto, melodioso

La deshago como carne hervida al fragor voraz del día

y en medio de tanto cantar espero que el vidrio no me haga daño

Como tampoco los campos sembrados de uñas y espanto

en esta tierra burda, desafinada, azul de manos violadas

Me pongo oscuro

Mares baldíos, pasillos de agua

Rutas de niebla, banquinas empapadas

Es inevitable

En el camino habrá siempre una línea entrecortada


28 de noviembre de 2009

Los fabulosos lectores de la mesa cuadrada


MESA DE LECTURA


MINIFICCIONES PEREGRINAS / Escena 1

BAR EL MOLINO, Ciudad de la Rosa y el Río

Viernes 27 de noviembre de 2009

Ayer por la tarde, en un intento por eludir la sed desenfrenada de los dípteros chupasangre que asolan la ciudad, algunos Hacedores de Palabras confundieron las puertas del Molino con las manos hospitalarias de un bondadoso gigante y se metieron dentro del bar sin pensarlo una vez siquiera. Pero este acto a simple vista desesperado y quijotescamente demencial, no fue ni más ni menos que una confabulación premeditada por los Fabulosos Fabuleros de La Fabularia, quienes perpetraron una Mesa de Lectura para que los Hacedores pudieran proferir y dar rienda suelta a sus minificciones peregrinas, logrando ahuyentar con éxito los fastidiosos mosquitos, pero repeliendo lamentable y simultáneamente cualquier tipo de público u oyentes. No importa. Mientras la luz exangüe del día transmutaba en la oscuridad de la noche, los Hacedores de Palabras, reunidos en tremebunda MesaCuadradaEnFormaDeEleMayúscula, dieron voz a la primera escena de este acto que a la perfecta vista de todos los conciudadanos —y sólo por ahora y siempre— ha pasado completamente desapercibido. Repito, no importa. Llevamos esas voces en nuestros oídos (junto, claro está, con el zumbido de los mosquitos).
..
Vista de la Ciudad dormida en el frescor de la noche...
...vista de la ciudad que duerme mientras algunos leen...
....

Chuang Tzú soñó que era un mosquito, y se despertó sobresaltado porque en el sueño su exigua vida terminaba, y jamás había podido picar a nadie, y moría sin haber probado nunca siquiera una gota de sangre.

El mosquito soñó que era Chuang Tzú, y se despertó sobresaltado al verse sentado en su almohadón de seda china, leyendo plácidamente su libro favorito, a salvo por completo de los mosquitos y rodeado por el humo venenoso de los encendidos espirales.

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