Abrumado por la nostalgia cerrada del que no ve horizonte, se obstinó en recuperar misericuerdos que la memoria había tatuado sobre la palma de una hoja, en forma de palabras y juventudes escritas hace tiempo. Al cabo de una mirada no exenta de lágrimas, refulgió una frase abandonada, un indicio promisorio de esperanza y suelo firme para su ánimo extenuado de no hacer pie, vacío. Mas la sólida ilusión del párrafo se deshizo con la lenta pesadez que derrumba las casas y los cuerpos olvidados, hasta clavar el filo concluyente de un dictamen lejano, formulado hace años y dirigido a su yo venidero: “no hay pasatiempo más abominable que el mismísimo presente”.
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