Ulceroso y espiralado devenir, el matrimonio.
Aquello que en un principio se arrebató en palabras con el esmero almibarado del cariño uterino encumbra hoy lo más siniestro de una insufrible pesadilla.
Y juro que ya no puedo soportar a mi mujer.
Sobre todo por las noches, cuando después de acostarse ritualmente a mi lado y de apagar la luz del velador con su gesto impune, me besa en la mejilla y se despide hasta el día siguiente con un kafkeano “hasta mañana, bicho”.
1 comentario:
qué bueno seba!
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