15 de noviembre de 2011

Coitus Interruptus

Percibir una cilíndrica y resbalosa sensación de ajuste, de circuncisión tensa pero elástica que cercena el tórrido flujo de sangre y que ahoga los latidos de una extremidad con vida propia y final previsto. De repente, la erupción: el chorro fugaz de esa vía láctea que nunca retrocede y va en busca del futuro, hacia adelante, como un impulso decidido a no claudicar ni siquiera ante las estrictas normas gravitatorias que rigen el universo de una lúcida y perfecta acabada. En tu boca, en mis manos, en el regocijo topográfico y abdominal de tu panza, la leche derramada inicia su ciclo de muerte y se transforma en un guarismo inescrutable de víctimas masacradas por el derroche. Entonces, en un acto meramente intencional, desparramo la viscosidad con el dedo para formar una cruz, y nos reímos juntos con esa misma complicidad sagrada que enorgullece a los dioses.

11 de noviembre de 2011

La sapiencia taoísta de Melville

“I am a man who, from his youth upwards, has been filled with
a profound conviction that the easiest way of life is the best.
Hence, though I belong to a profession proverbially energetic
and nervous, even to turbulence, at times, yet nothing of that
sort have I ever suffered to invade my peace”.

Bartleby, The Scrivener, A Story of Wall-Street

Desde joven, he vivido con la profunda convicción de que la
mejor forma de vida es siempre la más fácil. Por eso, aunque
tenga una profesión en la que la histeria y el frenesí son estados
proverbialmente habituales, llegando por momentos a tornarse
realmente salvajes, nada de esto ha logrado perturbar
jamás la tranquilidad que me invade.

Bartleby, El escribiente, Un relato de Wall-Street

16 de octubre de 2011

Compromiso

Un mendigo recostado en el calor de las baldosas dibuja una luna de tiza plateada manteniendo su mirada en ángulo altivo y rapante hacia el escamoteado soslayo de temor que provoca la desdicha, y recita estas palabras con una afectación tan absurda y en un tono tan ancestralmente autómata que ya en nadie inspira confianza:

Mendigo en cuclillas, al costado de las veredas, una moneda, algo que me dea; una palabra que no arranque con ene, como no, nada o negro de mierda; mendigo y por ahora mantengo el juego en primera persona, saliendo en algún momento al paradigma de las conjugaciones, dejando las palabras plantadas en un murmullo desdeñoso del que ya nadie tendrá memoria y que en el estuche de la Historia se perderá entre las cifras adversas de la voracidad mundana; y cuando esté afuera, trataré de no ser el único, de eludir la soledad, porque son muchos los que mendicen; y quizá también esté mendiciendo, esta vez, junto con otros mendichos que al unísono completan el dibujo en la vereda, el estrepitoso cardumen de las melancolombrices solitarias, hasta que el círculo se cierre y se rellene el menguante cuarto de una medialuna mordisqueada...

Una noche dibuja veredas en el sueño del mendigo que se jacta de su diálogo entumecido con la piel indigente. Esta vez no hay techo, ni siquiera intermediario: tumbado en la mirada de un segundo, el mendigo mira la luna de reojo y extiende su mano en delación indiferente hacia el perentorio y lábil reposo de mi almohada.

9 de septiembre de 2011

Confesión matrimoníaca

Ulceroso y espiralado devenir, el matrimonio.

Aquello que en un principio se arrebató en palabras con el esmero almibarado del cariño uterino encumbra hoy lo más siniestro de una insufrible pesadilla.

Y juro que ya no puedo soportar a mi mujer.

Sobre todo por las noches, cuando después de acostarse ritualmente a mi lado y de apagar la luz del velador con su gesto impune, me besa en la mejilla y se despide hasta el día siguiente con un kafkeano “hasta mañana, bicho”.

Grandilocuento

La verdadea razón de relacionarse debería ser el amor.

El amor libre. Y totalitario.

16 de junio de 2011

Cuatro tristes tigres

Alguien dijo (creo que fue el Che, pero por las dudas no me juego) que de los viajes uno nunca vuelve el mismo. No sé si puedo creer en eso, pero sí puedo decir que lo siento. Lo siento por el Che, que parecía ser un buen tipo. Eso sí, por estos momentos (y me refiero a un presente tan exacto como la inasible gota de tiempo en la que se resbalan estos segundos) estoy más revolucionado que nunca. Y ahora me estoy dando cuenta de que el tipo también debió saberlo; como el eterno revolucionario que dijo: "hasta la vuelta, siempre".

La revolución, al igual que el viaje, es mental, es psicológica, y no ha de ser nada más que eso: la eterna interpretación de un sueño atrapado en el sueño. ¿Acaso habrá que aprender de los planetas, que revolucionan sobre su propio ombligo sin punto de partida en un colmo de narcisismo astronómico (el big bang, como se sabe, no es más que un estruendoso cuento)?

Gracias por todo, Guevara. A su salud, Rivera. Quiero vale cuatro, lector. Usted y yo, de punta y hacha, hemos completado la vuelta a este nimio texto y redondeado juntos el guarismo del título.